
Erase una vez una época en la que seres humanos y seres místicos convivían en el mismo lugar y tiempo.
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En esta nuestra historia existía un grupo de seres místicos, no, una raza entera que convivía con el Hombre y hacia migas con este... Los Reptilianos, conocidos ahora por ser la inspiración de la conspiración de mentes humanas que desean justificar sus vidas tristes a un enemigo invisible... Mas nada mas lejos de la realidad.
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La Raza Reptil era una raza tranquila, de sangre fría y actitud tranquila que vivían sus días en las montañas y zonas áridas del mundo, muchos humanos los consideraban descendientes de dragones pero los reptilianos ni confirmaban ni desmentían, tampoco les importaba.
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Allí, en esa raza tan especial nació un Reptil muy interesante... Giyu.
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Mientras su raza se centraba en el arte del combate singular, mientras entrenaban sus cuerpos por el mero hecho de entrenarlos y disfrutaban del ejercicio físico Giyu obedecía, siempre mirando al cielo, a los campos exteriores y preguntándose... ¿Qué mas habría en el mas allá?
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Eventualmente llegada su madurez Giyu marchó de su hogar, decidiendo evitar la vida comunitaria de los suyos para poder investigar el mundo, explorarlo, llenarse de su belleza...
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En el proceso veo vistas magnificas, un mundo sin igual lleno de belleza, de magia, de esencia...
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Cansado de sus viajes, necesitando un sueñecito Giyu se durmió en una cueva cómoda cerca de un campamento humano donde se empezaba a hornear un extraño tipo de pan delgado y largo con un nombre que le hacia mucha gracia al reptiliano...
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. . . Y Giyu no despertó.
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Sumido en un profundo sueño meditativo el tiempo pasó, los años, las décadas, los siglos... dormido y sin envejecer ni un poco el Reptil despertó en un tiempo que no era suyo, su cueva, que había sido tapiada con el paso del tiempo se había abierto por un temblor sísmico extraño.
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Buscó el camino a casa, mas no lo encontró, buscó el olor de los suyos, mas no lo encontró.
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Incluso alguien simple como el Lagarto se pudo dar cuenta de la realidad tras buscar las tierras de su gente y solo encontrar un monte lleno de humanos de cabeza rapada y atavíos holgados.
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Estaba solo, ¿Era el único que quedaba? ¿Cómo era eso posible? No lo entendía.
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Su mente daba vueltas, trató de buscar respuestas mas solo recibió piedras por parte de los Humanos, Humanos que antaño le daban la mano como un igual...
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No lo entendía y, cabizbajo, Giyu volvió a la cueva donde despertó... Mas cuando llegó desde lo alto de aquella montaña pudo ver una ciudad, una ciudad nevada, donde fuego llovía, donde inundaciones sucedían... Algo se removió en el corazón de Giyu.
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¿Odiar a los Humanos? No, El no tiene enemigos, se unirá a los Humanos y tratará de ayudar, tratará de ser uno con aquella ciudad y aprender de aquel nuevo mundo...
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